miércoles, 5 de diciembre de 2007

A CAMARÓN.




Hace unos años pasé un largo tiempo de verano en la magnífica ciudad de Sevilla donde contacté con interesantes personas de distintos ámbitos de la sociedad estableciendo con ellos, puentes de amistad. En aquellos días, para mi de tórrido calor, los termómetros marcaban 42, 43 grados a la sombra; en un rincón del Parque Mª Luisa, a la sombra de enormes magnolios y secuoyas, empapándome en cerveza, contacté, posiblemente con uno de los personajes más ilustres de la Sevilla del "No-Me-Has-Dejado, parte viva de la historia de pasos en Andalucia. Me estoy refiriendo a D. Manuel Castillo Lastrussi, cuyo padre se encuentra enterrado en sagrado en la hermosa catedral de Sevilla. Físicamente minúsculo ser, que alcanzaba a contar 94 años, lleno de fuerza y energía que modelaba figuras en el aire con sus frágiles dedos que se amoldaban a la palabra. Pronto fluyó entre los dos una corriente de simpatía y entendimiento, y en las habituales charlas que manteníamos entre sus cafés y mis cervezas, me contaba la tragedia de su vida, Me contaba como se encontraba sólo y dolido, sin más compañía y familia que la de una nuera de la que hacía muchos años el alcohol le había arrebatado a su marido, en la flor de la vida. Y se recordaba también como otro ilustre cuya sombra flotaba y se inmiscuía en todos los rincones de la Sevilla del tronío y el cante hondo, parecidas causas a las de su hijo también le habían cortado el camino de su vida. Se trataba de CAMARÓN, amado y venerado por muchos en esta tierra donde su brillante luz se transforma en fuego en los corazones que brota con alegrías y ansias de vivir.
Me había ido a la ciudad del oro y de la luz con la intención de estudiar la obra de Juan de Mesa, Juan de Mena, Antonio Susillo, Antonio Gijón, Castillo Lastrussi, y, en la medida en que buceaba más y más en los extensos mares de su cultura, una sutil y suave fragancia me iba envolviendo con su suave aroma, como huele lo perfecto, como huele la maestría. Todo huele al Maestro.
Sentí con tanta fuerza la admiración de un pueblo hacia el maestro, que una vez retornado a mi tierra, me enfrenté a un trozo de castaño para intentar dar corporeidad a la fuerza desgarradora de Camarón y su cante en conjunción con la enérgica y rotunda danza que expresa el profundo sentir de todo un pueblo.

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